20120724

Texto
Aleros y Retretes, recorrido hacia el refinamiento

En los monumentos religiosos de nuestro país, los edificios quedan aplastados bajo las enormes tejas cimeras y su estructura desaparece por completo en la sombra profunda y basta que proyectan los aleros. Visto desde afuera y esto no solo es válido para los templos sino también para los palacios y las residencias del común de los mortales, lo que primero llama la atención es el inmenso tejado, ya este cubierto de tejas y de cañas, y la densa sombra que reina bajo el alero.

Tan densa que a veces en pleno día, en las tinieblas cavernosas que se extienden más allá del alero, apenas se distingue la entrada, las puertas, los tabiques o los pilares. En la mayoría de los edificios antiguos y lo mismo sucede con las imponentes construcciones como el Chion`in o los Honganji , así como cualquier granja perdida en la profundidad el campo , si se comprara la parte inferior debajo del alero, , con el tejado que la corona , se tiene la impresión , al menos visual, de que la parte más maciza , la más alta y extensa es el tejado.

Cuando iniciamos la construcción de nuestras residencias, antes que nada desplegamos dicho tejado como un quitasol que determina en el suelo un perímetro protegido del sol, luego en esa penumbra, disponemos la casa. Por supuesto una casa de occidente no puede tampoco prescindir  del tejado, pero su principal objetivo consiste no tanto en obstaculizar la luz solar como en proteger de la intemperie; se le construye de manera que difunda la menor sombra posible y un simple vistazo a su aspecto externo permite reconocer que ha intentado que el interior este expuesto a la luz de modo mas favorable. Si el tejado japonés es un quitasol el occidental no es más que un tocado. Como en una gorra, los bordes están tan mermados que los rayos directos del sol pueden dar en los muros hasta el nivel del tejado.
Si en la japonesa el alero del tejado sobresale tanto es debido al clima, a los materiales de construcción y a diferentes factores. A falta, por ejemplo de ladrillos, cristal y cemento para proteger las paredes contra las ráfagas laterales de lluvia ha habido que proyectar el tejado hacia delante de manera que el japonés , que también hubiera preferido una vivienda clara a una vivienda oscura, se ha visto obligado a hacer de la necesidad virtud. 

Nuestros antepasados, que lo poetizaban todo, consiguieron paradójicamente transmutar en un lugar del más exquisito buen gusto, aquel cuyo destino en la casa era el más sórdido y, merced a una estrecha asociación con la naturaleza, consiguieron difuminarlo mediante una red de delicadas asociaciones de imágenes.

Siempre que en  algún monasterio de kyoto o de Nara me indicaban el camino de los retretes, construidos a la manera de antaño, semioscuros y sin embargo de una limpieza meticulosa, experimento la extraordinaria calidad de la arquitectura japonesa.
 Un pabellón de te es un lugar encantador, lo admito, pero lo que sí está verdaderamente concebido para la paz del espíritu son los retretes de estilo japonés. Siempre apartados del edificio principal, están emplazados al abrigo de un bosquecito de donde nos llega un olor a verdor y a musgo.  Después de haber atravesado para llegar una galería cubierta, agachado en la penumbra, bañado por la suave luz de los shoji y absorto en tus ensoñaciones, al contemplar el espectáculo del jardín que se despliega desde la ventana, experimento una emoción imposible de describir.
Para un amante del estilo arquitectónico de un pabellón de té, los retretes de estilo japonés representan ciertamente un ideal y resultan totalmente adecuados para un monasterio cuyos edificios son vastos en relación con el número de quienes los habitan y en donde nunca falta mano de obra para la limpieza.

Para apreciar plenamente este placer, no hay lugar más adecuado que esos retretes de estilo japonés, desde donde al amparo de las sencillas paredes de superficies lisas, puedes contemplar el azul de cielo y el verdor del follaje.

Los inconvenientes si hay que encontrar alguno, serian su alejamiento y la consiguiente incomodidad cuando hay que desplazarse hasta ahí en plena noche, además del peligro, en invierno, de resfriarse; no obstante si, para repetir lo que dijo Saito Ryoku “el refinamiento es frio” el hecho de que en estos lugares reino un frio igual al que reina al aire libre seria un atractivo suplementario.

 Aun a riesgo de repetirme añadiré que cierto matiz de penumbra, una absoluta limpieza y un silencio tal que el zumbido de un mosquito pueda lastimar el oído son también indispensables.

Sería también una total falta de educación iluminar ese lugar de forma tan escandalosa; basta con que la parte visible este impecable para que se tenga una opinión favorable de la que no se ve. Es infinitamente preferible en un lugar como ese, velar todo con una difusa penumbra y dejar que apenas se vislumbre el límite entre lo que está limpio y lo que lo está algo menos.

Cuando me encuentro en dicho lugar  me complace escuchar una lluvia suave y regular.Esto me sucede en  particular en aquellas construcciones características de las provincias orientales  donde han colocado a ras del suelo unas aberturas estrechas y largas para echar los desperdicios, de manera que se puede oír, muy cerca, el apaciguado ruido de las gotas que, al caer del alero o de las hojas de los arboles, salpican el pie de las linternas de piedra, y empapan el musgo de las losas antes de que las esponje el suelo. Es verdad, tales lugares armonizan con el canto de los insectos, el gorjeo de los pájaros y las noches de luna; es el mejor lugar para gozar de la punzante melancolía de las cosas en cada una de las estaciones y los antiguos poetas de haiku han debido de encontrar en ellos innumerables temas. Por lo tanto no parece descabellado pretender que es en la construcción de los retretes donde la arquitectura japonesa ha alcanzado el colmo del refinamiento.


Las Rozas





















































Emplazamiento casa Tanikawa


















Emplazamiento Casa de la Tierra